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Protestar destruyendo: La paradoja que nos lastima
Por Redacción | martes, 18 de noviembre de 2025
Por Armando Maya Castro
Existen vías pacíficas para que la ciudadanía exprese su inconformidad; sin embargo, muchos optan por el camino menos adecuado: la violencia. Así ocurrió en las protestas del pasado sábado en la Ciudad de México, que lamentablemente terminaron en enfrentamientos frente a Palacio Nacional.
Diversas voces han condenado la forma en que grupos juveniles, identificados como parte de la “Generación Z”, decidieron manifestarse contra la violencia. Una de las más visibles fue la de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, quien señaló que la marcha habría sido financiada con recursos de la oposición. Además, fue enfática al afirmar que “la mayoría de los que marcharon no eran jóvenes”.
La paradoja es evidente: exigir el fin de la violencia con actos que provocan más confrontación.
Nada justifica estos métodos, ni siquiera el supuesto intento de disminuir los índices de violencia en el país, que quienes quieren llevar agua a su molino no dudan en calificar de alarmantes. Conviene recordar que cuando una causa, por justa o urgente que sea, recurre a métodos destructivos, pierde autoridad moral y termina desvirtuando el propósito que dice defender.
La violencia nunca ha sido ni será el camino. Y lo afirmo porque este fenómeno, lejos de resolver los problemas, tiende siempre a destruir en nombre de una supuesta solución, arrasando a quien considera enemigo y desencadenando una espiral que difícilmente encuentra fin.
Está más que demostrado que la violencia no ofrece soluciones duraderas: sólo abre puertas que nadie puede cerrar, siembra miedo, destruye lo que ha costado décadas construir y cobra vidas. Siempre deja un saldo más alto que la causa que pretende defender, y sus consecuencias, casi siempre irreversibles, terminan cayendo sobre la sociedad misma. Quien recurre a ella quizá crea avanzar, pero en realidad sólo alimenta un ciclo de dolor que se perpetúa.
La salida nunca estará en la fuerza, sino en el compromiso de todos por construir la paz usando la ley, el diálogo y la responsabilidad compartida. Elegir la vía pacífica no es un signo de debilidad, sino la única forma de avanzar sin seguir alimentando el ciclo de destrucción que tanto daño ha causado.