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El almacén de libros del Fondo de Cultura Económica en San Diego California ha sido cerrado. Voces indignadas lo lamentan, incluso quienes ni remotamente leen ni visitan librerías. Resultan sorprendentes estas reacciones ante algo que viene sucediendo desde hace varios años. El cierre de librerías en las últimas décadas es un fenómeno mundial, así como de distintos medios impresos, periódicos y revistas.
Barcelona, es la capital del libro en castellano, allí están las mejores editoriales y causó un enorme pesar el cierre de la librería Sant Jordi, en Sevilla cerró la librería Planella después de 45 años, la librería Yerma con más de 30 años, y en Madrid la librería Romo con más de 40 años. En Buenos Aires, cerraron dos librerías muy importantes, Punto de Encuentro y la Cueva, En Bogotá ha cerrado La madriguera del conejo. Todas ellas representativas e ícónicas en su ciudad. La lista es interminable en todo el mundo.
Las librerías no han sido nunca en nuestro país los grandes negocios, las que lo han logrado es porque han sido cadenas exepcionales y han combinado la venta de libros con la edición. Fui librera por muchos años y los mejores tiempos eran las temporadas escolares por el alto volumen de ventas en todos los niveles educativos. Esto empezó a ser distinto con la entrada del libro gratuito en las escuelas públicas, quedaban las privadas, hasta que iniciaron la transformación cambiando los libros por modernas lat top o tabletas.
Atónitos y asombrados, la baja brutal de ventas en temporada escolar mostró a los libreros la cruda realidad, los hábitos de lectura y su consecuencia en la compra de libros no era suficiente. Sin los libros de texto el escenario era distinto y allí empezó la crisis. Luego siguieron otros acontecimientos como la pandemia y ahora, el avance acelerado de la tecnología que hacen que la información se adquiera de diferentes formas.
El 29 de enero de 1886, el ingeniero alemán Carl Benz patentó su triciclo motorizado. Al ser el primer vehículo en funcionar sobre la base de combustión interna fue considerado el primer automóvil, constaba de tres ruedas y se movía con gasolina. Todos los fabricantes de sillas de montar, herraduras, fustas, correas, espuelas, sillines, riendas, cinchos y demás artículos para caballos empezaron a preocuparse, y ni qué decir de los fabricantes de carruajes y calesas que con pánico presentían el fin de sus negocios.
Este ejemplo sirve para todo, la adaptación al cambio no es fácil pero es necesaria, los negocios se transforman o mueren y desde hace tiempo había muchos signos que alertaban que el libro, eje universal de la cultura, dejaría de serlo, que la información se obtendría por modernos buscadores y que el papel sería sustituido por pantallas.
El cierre de la filial del Fondo de Cultura Económica es parte de lo que está sucediendo en el mundo editorial y por supuesto que es muy lamentable. Un hecho más que confirma lo que en el mundo es la realidad del papel. Si bien la cultura que se trasmite a través de los libros es innegable, lo es también el que la edición es un negocio con obligaciones patronales, fiscales y de todo tipo que tiene que, con escasos márgenes de utilidad, salir adelante.
Y como las librerías hay otros negocios que ven como peligran sus ventas y sus clientes por la sustitución del mundo digital, el cambio está aquí y es tiempo perdido el de las lamentaciones, la adaptación a los nuevos tiempos debe darse o se desaparece.
Elena Poniatowska, la excelsa escritora mexicana, expresó que se sentía muy triste y que es un fracaso que una librería cierre, que es casi una desgracia. Pues sí, pero es la realidad, mi experiencia de décadas en el mundo librero me lo confirman.
Las librerías son ya negocios de la nostalgia, así les llaman y es inevitable recordar sus épocas de gloria sin sentir esa nostalgia de haber perdido lo que suponíamos era para siempre.