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En plan reflexivo: Intolerancia religiosa y el desafío de la paz
Por Redacción | jueves, 2 de octubre de 2025
Por Armando Maya Castro
Han transcurrido siglos, incluso milenios, y, sin embargo, muchos seres humanos continúan atacando, de una u otra forma, las creencias de quienes practican una fe distinta. Esta persistencia en la intolerancia demuestra que aún no hemos comprendido lo esencial: respetar la diversidad espiritual y reconocer que, por encima de cualquier credo, todos compartimos la misma condición humana.
La intolerancia religiosa, tan antigua como el mundo mismo, sigue siendo motivo de alarma. Su raíz está en el rechazo hacia lo diferente en el ámbito de la fe, un mal que se remonta a tiempos inmemoriales, cuando los hombres comenzaron a considerar su religión como superior, menospreciando a las demás y tildándolas de peligrosas o indignas de existir. Esta actitud, que erige el propio credo como verdad absoluta y condena cualquier otra creencia, ha acompañado a la humanidad durante los siglos, dejando cicatrices profundas y dolorosas.
Para algunos estudiosos, la intolerancia religiosa nace del miedo a convicciones desconocidas; para otros, de la incomprensión de experiencias espirituales distintas, calificadas como inadmisibles. A veces se expresa en una vergonzosa falta de respeto hacia la diversidad de creencias; otras, en actos deplorables que vulneran los derechos humanos y la dignidad de las personas.
Es justo reconocer las acciones emprendidas por organizaciones y personas comprometidas con erradicar la violencia religiosa. Su labor merece celebrarse, pero no basta con leyes o tratados internacionales. Resulta indispensable la participación activa de todos los sectores de la sociedad, un esfuerzo colectivo para eliminar este flagelo que provoca sufrimiento y división entre los seres humanos.
Si en verdad anhelamos una paz social duradera, debemos actuar con firmeza; de lo contrario, la intolerancia seguirá generando episodios de discriminación capaces de conmover y entristecer a toda la humanidad.
En definitiva, construir un mundo de respeto y aceptación hacia el diferente no es un acto de magia. Supone educar desde la comprensión, dialogar con apertura y vivir en un respeto pleno. Solo así podremos superar siglos de prejuicio y violencia, y avanzar hacia una sociedad en la que la diversidad de creencias no se perciba como un obstáculo, sino como un valor que fortalece nuestra convivencia y nuestra humanidad compartida. Entonces, la paz dejará de ser un ideal distante para convertirse en un logro real, compartido y duradero.