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12 de diciembre de 1916: la masacre de mujeres en Camargo, Chihuahua

Por Redacción | viernes, 12 de diciembre de 2025

EMX-12 de diciembre de 1916: la masacre de mujeres en Camargo, Chihuahua

Un incidente llevó a Francisco Villa a ordenar la matanza de todas las soldaderas prisioneras en Chihuahua.


Desde que asumió el mando de la División del Norte, Francisco Villa prohibió la presencia de mujeres en la línea de fuego. Las excluyó de funciones como la cocina y la atención de heridos, y castigó con severidad a los soldados que desobedecieran la orden. Para Villa, las soldaderas eran fuente de indisciplina, conflictos personales y desorden en la caballería. Ese desprecio, sostenido durante años, alcanzó su expresión más extrema en diciembre de 1916.

Tras las severas derrotas sufridas en 1915 en el Bajío y en Sonora frente a las fuerzas carrancistas, el villismo entró en una fase de descomposición militar. No obstante, a lo largo de 1916 Villa logró reorganizar una fuerza considerable, cercana a los 10 mil hombres, y recuperar algunas plazas. Esa recuperación fue breve. El general carrancista Francisco Murguía lo derrotó en Estación Horcasitas, obligándolo a evacuar la ciudad de Chihuahua el 1 de diciembre. La derrota marcó un quiebre decisivo. Pocos días después, la violencia se desató contra una población indefensa.

La madrugada del 12 de diciembre de 1916, fuerzas villistas sorprendieron al destacamento carrancista que resguardaba la estación ferroviaria de Santa Rosalía de Camargo. Tras cerca de una hora de tiroteo, los villistas se apoderaron de los trenes y capturaron a los soldados federales. La mayoría eran jóvenes reclutas procedentes de los barrios más pobres de la capital del país, mal equipados para soportar el clima del norte. Muchos viajaban acompañados por sus mujeres y sus hijos, que se trasladaban en los furgones del tren.

Después de ocupar la plaza casi sin resistencia, las tropas villistas ejecutaron a heridos y prisioneros. El propio secretario de Villa, José María Jaurrieta, dejó un testimonio estremecedor del escenario en la estación: cadáveres esparcidos, sangre escurriendo de los vagones y el suelo cubierto de manchas rojas. Durante la revisión de los trenes, los villistas descubrieron en los últimos carros a decenas de soldaderas, algunas con niños en brazos. Eran campesinas jóvenes, arrancadas de sus hogares por la guerra, que seguían a sus hombres por necesidad, por amor o por la fuerza.

Un incidente precipitó la tragedia. Una mujer se arrodilló ante Villa y suplicó por la vida de su esposo, el pagador del destacamento. Al enterarse de que ya había sido ejecutado, la mujer insultó al caudillo. Aunque Jaurrieta se abstiene de afirmar que Villa la mató directamente, otras fuentes coinciden en que el jefe villista le disparó. El asesinato no aplacó la violencia. Acto seguido, Villa ordenó la ejecución de todas las soldaderas prisioneras.

Las mujeres fueron conducidas al barranco frente a la estación ferroviaria y acribilladas. Jaurrieta describió la escena como dantesca: cuerpos amontonados, cráneos destrozados, pechos perforados por las balas. Entre los cadáveres quedaron niños pequeños. Cleofas Calleros relató que un bebé fue hallado con vida y que, tras consultar qué hacer con él, Villa ordenó su ejecución. Otros testigos afirmaron haber visto al caudillo cabalgar sobre los cuerpos. Un exvillista camarguense, José Martínez Valles, declaró que la escena lo llevó a desertar.

Las cifras de la matanza varían según las fuentes. La mayoría de los testimonios y reportes periodísticos contemporáneos coinciden en que entre 60 y 120 mujeres fueron asesinadas. Jaurrieta habló de 90 víctimas. Informes desde la frontera, declaraciones de refugiados y notas de prensa reiteraron cifras similares. Las discrepancias no alteran el hecho central: se trató de un asesinato en masa de mujeres no combatientes.

Con el paso del tiempo, cronistas y autores afines al villismo intentaron minimizar la matanza o deslindar a Villa de responsabilidad directa. Se difundió la versión de un supuesto atentado en su contra para justificar la ejecución, o se atribuyó la orden a subordinados. Sin embargo, Jaurrieta, testigo directo, no menciona ningún intento de asesinato, y la documentación contemporánea desmiente varias de esas versiones.

Al concluir la matanza, el párroco del pueblo Vicente Granados se abrió paso entre la tropa villista para bendecir los cuerpos de las mujeres apilados junto a la vía férrea. Así lo asentó en uno de los libros parroquiales. Los cadáveres, junto con los de los soldados, fueron arrojados a una noria cercana a la estación y enterrados en una fosa común, sin nombres ni registro individual.

Durante décadas, esta tragedia quedó relegada a los márgenes del relato revolucionario. Las soldaderas asesinadas en Camargo no encontraron lugar en la épica ni en la memoria oficial, y su muerte fue diluida entre versiones contradictorias, silencios y justificaciones. Sin embargo, las fuentes contemporáneas —testimonios directos, prensa de la época— permiten reconstruir el hecho con suficiente claridad: se trató de un acto atroz, de un crimen de lesa humanidad, cometido contra la población civil.

Reidezel Mendoza, Crímenes de Pancho Villa, Debate, México, 2024.

-Con información de Excelsior

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