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Con este título, atrayente y extraño, Arturo López Corella, presenta su quinto libro, la novela que cimbra el espíritu y mueve a profundas reflexiones. Empecemos por informar que Ginés es el Santo Patrono de los Notarios, cuya trágica vida culminó en un terrible asesinato.
La novela subyuga desde el principio cuando conocemos al personaje central Escribano. Un hombre aparentemente sencillo que había luchado siempre por encaminar su vida hacia un propósito definido y desde tempranas edades supo que su vocación lo llevaba por el camino de las leyes y la justicia, cuenta el autor con una narrativa divertida no exenta de ironía el camino que tomó Escribano y que lo llevó a consolidar su máximo sueño, ser Notario.
En esa historia nos enteramos con cierta pena de las dificultades que desde sus épocas estudiantiles enfrentó Escribano. Sin ser abiertamente antipático, la burla y el desprecio provenían fundamentalmente por su incipiente erudición que lo aislaba del mundo vacuo e intrascendental que lo rodeaba, las burlas eran pues seguramente la respuesta que la mediocridad asume ante los seres de inteligencia superior, aunque habría que agregar que su nombre Escribano, era un factor que también contribuía a ese marcado rechazo social.
Lamentablemente el ejercicio del notariado pronto lo desilusionó, múltiples factores influyeron para que su estado de ánimo decayera, el escenario de corrupción y malas prácticas y otros factores, lo fueron disminuyendo pues no correspondía a lo que Escribano pensaba del ejercicio de la profesión, esto dio como consecuencia una baja productividad en su trabajo y pronto la ausencia de clientela fue inminente, el declive de la notaría fue muy rápido y sin mucho pensarlo, Escribano optó por dejar el cargo, abandonó lo que fue por tanto tiempo su sueño y después de serias reflexiones llegó a la conclusión de que la distorsión de la justicia y la degradación del ambiente profesional del jurista era una realidad inaceptable para sus nobles propósitos.
Todo esto contribuyó enormemente al deterioro de sus relaciones familiares, siendo específicos, especialmente con su mujer. Su matrimonio también naufragó en el ánimo depresivo que lo embargaba, aunque justo es decirlo, no faltaron las sustituciones pasajeras de guapas jovencitas de diferentes estratos sociales que hicieron la vida de Escribano mucho más tolerable.
De allí en adelante la vida del ex Notario hasta ese momento insatisfecha derivó en un intento por encontrar el sentido de la existencia y después de intensas reflexiones y algunos amores que sólo le dejaron vacíos espirituales y lesiones sentimentales profundas, tomó la decisión que lo salvó quizás de un suicidio, abandonar todo y empezar lejos de lo que hasta ese momento había constituído su mediocre y estructurada vida e inició el camino que ya no abandonaría, el de la reflexión, la meditación y la búsqueda persistente de un pensamiento superior.
La segunda parte de la novela de López Corella merecer ser relatada con más precisión, porque a través del personaje, el autor inicia una reflexión político existencial y critica puntillosamente el colonialismo colonial y espiritual que nos ha confundido de tal manera que no lo identificamos.
Normalizamos esa colonización perdiendo la esencia de los valores humanos fundamentales. Escribano reflexiona y en esas reflexiones, nos abre a los lectores un camino que quizás no nos hubiera gustado transitar, pero no hay modo de evadirlo. Colonización abyecta, dice Escribano, y no hay manera de negarlo, aquí está.
La novela tiene un fin trágico, este final puede ser incomprensible o lógico también. Ideas que se contraponen pero que derivan de la perspectiva con que se analizan los hechos y la vida misma de Escribano. Juzgado trivialmente, Escribano puede ser un desertor o un cobarde, pero López Corella nos lleva a una reflexión tremenda: No será que en la aparente cobardía al abandonar todo hay un enorme acto de valor y audacia. La cobardía es quedarse cuando aún sabiendo que ese lugar no es el nuestro y aun así, decidimos permanecer.
Y así lo dice López Corella, Nadie debe pedir perdón por haber cambiado de sentimientos por más daño que su conducta haya producido. Es posible que la hipocresía en conservar una situación carcomida e insostenible sea más dañina que el enfrentamiento con la realidad.