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Han pasado siglos, han transcurrido milenios, y por desgracia miles de seres humanos siguen empecinados en atacar de diferentes maneras las creencias religiosas de las personas y grupos que profesan una fe distinta. Este proceder indica que los hombres que se creen poseedores de la verdad absoluta no han aprendido a respetar las diferencias de fe, ni a comprender que todos somos humanos, más allá de la fe que profesamos.
La intolerancia religiosa, que es tan antigua como el mundo mismo, sigue dando de qué hablar. Mi afirmación se sustenta en el persistente rechazo a lo diferente en la esfera religiosa, un mal que empezó desde tiempos inmemoriales, cuando los hombres comenzaron a calificar la religión de su preferencia como la mejor, desdeñando a las demás religiones, y clasificándolas como peligrosas e indignas de existir. Esta realidad en materia de creencias religiosas es la que ha acompañado a la humanidad a través de los siglos.
Para algunos estudiosos la intolerancia religiosa surge del miedo a las convicciones desconocidas; para otros es la falta de comprensión de las experiencias religiosas que se califican como inadmisibles, manifestándose en algunos casos en una vergonzosa falta de respeto a la diversidad religiosa, pero en otras en actos deplorables de atropello a los derechos humanos.
Es oportuno reconocer las acciones que en pro de la solución de esta problemática social han llevado a cabo organizaciones y personas interesadas en ponerle fin a la violencia religiosa. Lo hecho por ellos hasta el día de hoy es loable, pero se requiere algo más que leyes y tratados internacionales. Me refiero al involucramiento de los distintos sectores de la sociedad para poner fin a este flagelo, causante de sufrimiento y división entre las personas.
Si verdaderamente nos interesa el establecimiento de la paz social, y que ésta sea duradera, tenemos que poner manos a la obra; de lo contrario, el proceder de los intolerantes seguirá ocasionando casos de discriminación religiosa que horrorizan a los seres humanos, como el acontecido el pasado mes de junio en el poblado de Yelewata, en el Estado nigeriano de Benue, donde alrededor de 200 personas fueron asesinadas con extraordinaria crueldad por causa de su fe. Este incalificable acto de barbarie se atribuye a los yihadistas fulani de Nigeria, uno de los países donde se viola con frecuencia y de manera sistemática la libertad religiosa.
Los yihadistas son grupos que participan en la “yihad”, la guerra “defensiva” que busca proteger la religión del Islam. Para los yihadistas, “rechazar el combate por la religión es un pecado muy grave castigado con los infiernos”. Este pensamiento intolerante los ha llevado a cometer numerosos crímenes en nombre de la religión.