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En el entramado invisible que sostiene a nuestras familias, las abuelas son un eje silencioso y, a menudo, subestimado. Su papel en la economía doméstica es tan cotidiano que pasa desapercibido, pero resulta fundamental para comprender cómo funcionan miles de hogares en Ensenada y en el resto del país. Lejos de la visión romántica que las reduce a «guardianas del cariño» o «transmisoras de recetas», las abuelas son gestoras activas de los recursos familiares, administradoras del tiempo y vigilantes de la memoria que guía la vida diaria.
La cocina como motor de la casa
Cuando hablamos de economía doméstica, la cocina es uno de los escenarios más relevantes. En muchas casas, la abuela es quien diseña el menú semanal, administra los ingredientes y logra que con un presupuesto limitado se alimenten varias generaciones. Ahí se refleja la sabiduría acumulada a lo largo de los años: saber rendir el arroz, transformar unas cuantas verduras en guiso para todos, o aprovechar hasta el último pedazo de pan.
El acto de cocinar, en apariencia sencillo, es en realidad una forma de economía aplicada. La abuela calcula porciones, controla desperdicios y asegura que cada miembro de la familia tenga un plato en la mesa. Esta función, invisibilizada por ser «doméstica», es un trabajo económico de gran magnitud. No se mide en cifras del Producto Interno Bruto, pero sin ello muchas familias no tendrían cómo organizar sus recursos de manera eficiente.
Además, en el caso de Ensenada, donde el costo de la canasta básica ha aumentado en los últimos años, la labor de las abuelas en la cocina se convierte en un acto de resistencia. Con creatividad, rescatan tradiciones culinarias locales, aprovechan productos de temporada y, en muchos casos, transmiten recetas que son patrimonio cultural tanto como alimento cotidiano.
Cuidados: la otra economía invisible
El cuidado es otro de los grandes aportes de las abuelas. En miles de hogares, ellas son quienes se hacen cargo de los nietos mientras los padres trabajan. Este cuidado va más allá de vigilar: incluye acompañamiento escolar, atención en caso de enfermedad, formación en valores y, sobre todo, presencia emocional.
El valor económico del cuidado es incalculable. Si se tradujera en sueldos de guarderías, niñeras o tutores, la cifra sería altísima. Sin embargo, como lo realizan las abuelas, se considera un acto natural y no remunerado. Lo cierto es que su disponibilidad sostiene la economía familiar, pues permite que los padres mantengan empleos formales o informales sin preocuparse por quién atenderá a los hijos.
Pero el cuidado no se limita a los nietos. En muchos hogares multigeneracionales, las abuelas también cuidan a los esposos enfermos, a los hijos adultos con problemas de salud o a otros familiares en situación de dependencia. Es un ciclo de apoyo que nunca se detiene. Y aunque lo hagan con amor, es justo reconocer que este trabajo constituye un verdadero soporte económico para la sociedad entera.
La administración del hogar
Un aspecto menos visible pero igualmente esencial es la administración del hogar. Las abuelas, con su experiencia, se convierten en las contadoras de la casa. Son ellas quienes controlan el gasto, hacen rendir el dinero y toman decisiones estratégicas sobre en qué se gasta y en qué se ahorra.
En muchos hogares, la pensión de una abuela se convierte en el ingreso más seguro de todos. Con ese dinero se compran medicinas, se pagan servicios o se cubren emergencias. Pero más allá de la aportación monetaria, la abuela es quien organiza las prioridades: sabe cuándo hay que sacrificar un gasto menor para asegurar algo fundamental, cuándo conviene comprar en el mercado y no en la tienda de la esquina, o cómo dividir los recursos para que duren hasta fin de mes.
Esta capacidad administrativa no es casualidad. Se ha forjado en décadas de experiencia, de manejar la escasez, de vivir en contextos donde la economía familiar dependía de la creatividad. En la práctica, muchas abuelas son economistas sin título, estrategas de la vida diaria que mantienen a flote el barco familiar en aguas turbulentas.
Lo invisible y sus costos
El problema es que, al ser un rol no remunerado ni reconocido oficialmente, el aporte de las abuelas se diluye en el discurso social. Se las valora como «cariñosas» o «sabias», pero rara vez como agentes económicos. Esto tiene un costo doble: por un lado, invisibiliza el esfuerzo que realizan; por el otro, impide que las políticas públicas se diseñen tomando en cuenta esta realidad.
Si el Estado reconociera el valor económico del cuidado y la administración doméstica, se abriría la posibilidad de crear programas de apoyo más integrales: desde guarderías comunitarias que liberen parte de la carga, hasta capacitaciones y redes de acompañamiento que fortalezcan su labor sin explotarla.
Por ahora, la invisibilidad tiene consecuencias directas en la salud y calidad de vida de las abuelas. Muchas cargan con jornadas interminables, combinando cocina, limpieza, cuidado de nietos y administración de gastos, todo mientras enfrentan sus propios problemas de salud. Es una paradoja: quienes más sostienen la economía doméstica son, al mismo tiempo, quienes menos respaldo reciben.
Una mirada local
En Ensenada, este rol tiene características particulares. En colonias como Maneadero, El Sauzal o Valle Dorado, es común ver a las abuelas encargándose de nietos mientras los padres trabajan en maquilas, en la pesca o en el comercio. Su trabajo doméstico se entrelaza con la economía local, pues son ellas quienes organizan la vida cotidiana que permite que otras actividades económicas funcionen.
También en comunidades rurales de los valles, las abuelas no solo administran el hogar, sino que participan activamente en la producción agrícola: limpiando, seleccionando productos, cocinando para los jornaleros o gestionando las ventas locales. Es un rol que combina lo doméstico con lo comunitario, y que merece un reconocimiento explícito.
Reflexión final
El rol de las abuelas en la economía doméstica no es un detalle sentimental, es un hecho estructural. Son ellas quienes cocinan, cuidan, administran y transmiten saberes que sostienen a la familia. Sin su presencia, muchas casas se derrumbarían en lo cotidiano.
La visión de lo invisible exige que dejemos de ver estas tareas como simples «ayudas» y las reconozcamos como lo que son: aportaciones fundamentales a la economía de la familia y, por extensión, de la sociedad. No se trata de romantizar su sacrificio, sino de valorarlo y acompañarlo con políticas públicas y con un reconocimiento social genuino.
Quizá el mejor homenaje a nuestras abuelas no sea únicamente la gratitud en privado, sino la decisión colectiva de visibilizar su rol y defender su derecho a envejecer con dignidad. Porque al final, lo que ellas sostienen en silencio no es solo una casa: es la base misma de la vida comunitaria.