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El reconocimiento a las identidades étnicas en nuestro país durante los últimos años es un fenómeno que si bien está ocurriendo en diversas partes del mundo, en México ha adquirido una enorme importancia y se manifiesta en la búsqueda de nuevas formas de organización que influyan en los tradicionales modelos de gobernanzas políticas.
Este reconocimiento va paralelo a la actualización y reformulación de temas relevantes como la igualdad, la pluralidad, la sustentabilidad ambiental, el patrimonio cultural, la equidad de género, hasta cuestiones sobre los temas de justicia y libertad. Estos movimientos mundiales han provocado que se desarrollen importantes documentos y leyes sobre estos asuntos que en épocas anteriores hubieran sido impensables.
En el año de 2007, después de más de veinte años de discusiones, fue aprobada en las Naciones Unidas La Declaración de los Derechos Indígenas, sin embargo, la lucha por convertir en realidad estos derechos sigue vigente porque es indudable que pone a prueba y enfrenta los procesos de globalización que de alguna manera tienden a la extinción de estos movimientos de identidad.
El auge y renacimiento de estos temas, sobre todo la reivindicación de las identidades étnicas, plantea enormes desafíos que ponen en tela de juicio nuestros tradicionales conceptos sobre el papel de la cultura y sobre la democracia misma. Obvio es decir que en el plano social hay un largo camino por recorrer para insertar en el pensamiento colectivo la existencia misma de estas identidades.
En nuestro país la primera cuestión tiene que ver con los criterios de demarcación de la propia población indígena, casi siempre se da por hecho esta cuestión pero está muy lejos de ser evidente. Cuando se plantea el reconocimiento de derechos o la aplicación de programas a favor de poblaciones indígenas, surge la interrogante sobre quiénes son indígenas y con que criterios pueden ser definidos.
Una práctica generalizada es establecer de entrada un criterio lingùistico, pero resulta injusto puesto que en muchos casos, la lengua ya no es hablada por las nuevas generaciones, por lo tanto esta medida es considerada restrictiva para el levantamiento de censos, se dice que es un genocidio estadístico.
La tendencia actual sugiere que se incluyan otros aspectos para la identificación de lo indígena, como la propia conciencia de identidad, o sea que se definan a sí mismos como indígenas. En México se privilegia la conciencia de identidad como criterio fundamental para determinar a quiénes deben aplicarse las disposiciones sobre pueblos indígenas.
Es innegable la importancia que en los últimos años ha tomado la variedad sociocultural y se trabaja arduamente para lograr la democracia y la autonomía frente a los mitos que se han tejido en este tema. La autonomía comunal se basa principalmente en el reconocimiento a las autoridades tradicionales y sus formas de gobierno, (usos y costumbres) reconociendo lo complicado que puede serlo en competencias jurídicas sobre todo.
Los grupos indígenas que existen en nuestro país no son pueblos del pasado como suele pensarse, son grupos contemporáneos y van en el camino de cara al futuro. Deben acompañar a la nación en los procesos de transformación para avanzar hacia el reto de la democracia plena.
Los indígenas no son un problema, el problema se encuentra en quienes todavía los niegan y los excluyen. Las políticas nacionales son muy claras pero deben aplicarse en la realidad y no quedarse en el discurso. Es por eso que al hablar de reformas audaces como para abrir el espacio a la diversidad, se manejen presupuestos para la ejecución de las acciones. Presupuestos dedicados únicamente a resolver los problemas añejos de estas milenarias comunidades que enfrentan todo tipo de retos. Si no es así, serán, como hasta ahora, minorías permanentemente excluidas y discriminadas del entorno social.