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El pasado 20 de noviembre se conmemoró en todo México el 115 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, movimiento armado que intentó poner fin a la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos. Otro de sus objetivos fue acabar con los grandes latifundios que mantenían el campo en poder de los hacendados, así como poner fin a la explotación sistemática de los obreros por parte de los industriales capitalistas.
También intentó acabar con la corrupción administrativa, la falta de democracia y el estancamiento cultural que mantenían al país con cerca del noventa por ciento de su población en condición de analfabetismo.
Respecto al tema de la democracia, conviene recordar que, en 1908, Porfirio Díaz concedió una entrevista a James Creelman, periodista estadounidense del diario Pearson’s Magazine de Nueva York. El dictador declaró a este medio que México estaba listo para la democracia, que no pensaba postularse para el periodo de 1910 y que, si surgía “cualquier partido oposicionista en la República Mexicana”, lo consideraría ‘una bendición, no un mal’”.
Tras la publicación de la entrevista en El Imparcial, Francisco I. Madero escribió La Sucesión Presidencial, obra en la que proponía la participación activa del pueblo en las próximas elecciones. El libro obtuvo una recepción favorable, especialmente en la Ciudad de México, donde el llamado Apóstol de la Democracia fundó el Partido Antirreeleccionista, del cual fue candidato presidencial.
Ante el apoyo creciente que Madero recibió de los mexicanos, Díaz nició una persecución cautelosa en contra del oriundo de Parras, Coahuila. Sin embargo, aquella discreción pronto quedó atrás y la persecución se volvió abierta y directa. En la tercera gira política de Madero, agentes del gobierno porfirista lo detuvieron y encarcelaron en una prisión de San Potosí.
En las siguientes elecciones, en las que Madero no participó por su condición de prisionero, se cometió un nuevo fraude electoral en detrimento de la vida democrática y, en consecuencia, de las aspiraciones democráticas del pueblo de México.
Madero se enteró en prisión de que Díaz había sido nuevamente declarado presidente de la República. Al ser liberado bajo fianza, el 6 de octubre de 1910, se trasladó a San Antonio, Texas, donde él y sus colaboradores firmaron y difundieron el Plan de San Luis, documento que había redactado previamente durante los más de tres meses que estuvo encarcelado. En él se convocaba al pueblo de México a levantarse en armas el 20 de noviembre de 1910, fecha que marcaría el inicio formal del movimiento revolucionario. De manera paralela, hechos como el asesinato del revolucionario Aquiles Serdán, en Puebla, ordenado por el gobernador Mauricio Martínez, aceleraron aún más el estallido de la revolución.
La respuesta al llamado maderista fue, en un inicio, gradual; sin embargo, hacia finales de febrero de 1911 la insurrección se había extendido por gran parte del país, evidenciando el descontento social acumulado durante décadas de autoritarismo porfirista.
La Revolución Mexicana abrió la puerta a una nueva etapa en la vida política de México, poniendo fin a un régimen que se mantuvo en el poder por más de treinta años. Este movimiento hizo valer las demandas sociales de justicia, democracia y participación ciudadana, modificando, al menos en parte, el rumbo de nuestra historia, y sentando las bases para las transformaciones sociales y políticas que vendrían después.